Mis padres vinieron a la tierra prometida (del momento) buscando algo mejor. Encontraron un trabajo, compraron un piso, hicieron vacaciones…. se convirtieron (como mucho) en parte de eso que se llamó la «clase media». El obrero tiene acceso a prestamos, a pagar a plazos y a creer que se puede vivir mejor. Y lo hicieron. Yo creo que lo hicieron. Pero nosotros formamos parte de otra cosa. Crecimos con el convencimiento de que en este país no se vive mal. Tuve acceso a la universidad: la hija del obrero obtiene un título universitario, algo que era impensable para sus padres. Mi generación tuvo la suerte (en su mayoría) de poder trabajar en algo «relacionado» con su formación. Así que más o menos los abogados, médicos, arquitectos, maestros… que fueron saliendo de las aulas fueron colocándose. Muchos de ellos ahora están en el paro. Nadie sabe quién será el siguiente, pero al menos podemos decir que vivimos una época buena. Me pregunto qué quedará para nuestros hijos. Cuál es la herencia que estamos dejando y qué modelo social estamos construyendo. La mayoría no estudia. Si lo hacen, lo hacen sin esperanza. Los universitarios mejor preparados, con idiomas, se marchan al extranjero… Yo me pregunto qué estoy haciendo. Si este es el país que quiero para mi hija. Y me respondo que no.
La opción de emigrar, como hicieron mis padres, no la descarto. No porque ahora mismo yo lo necesite, sino porque anhelo esperanza para ella. No quiero que crezca entre la frustración y sin aspiraciones culturales. El problema es que la globalización también ha hecho universal la frustración.
Senegal o Québec…. :)