En la residencia donde vive mi madre hay una mujer que me despierta mucha ternura. No sé qué extraña conexión nos une a otras personas, a unas más que otras, pero el caso es que desde siempre yo, con Carmen, siento algo en las tripas. Tanto es así que cuando voy a recoger a mi madre, la busco también a ella para darle un beso y preguntarle cómo está. No suelo hacerlo con otros abuelos.
Tiene Carmen a veces una sonrisa que le ilumina la cara. A veces no. A veces muestra una tristeza que sale del alma. Perdió dos de sus cuatro hijos en la arriada de 1962. Esa tristeza no se va con el paso de los años. Y además está continuamente buscando el sentido de la vida. Ayer, que noté que estaba triste, se gira y me dice «¿Para que, Fátima?¿Qué sentido tiene esto?. Aquí, a esperar». A veces yo también me siento así: «Aquí, a esperar». ¿Qué sentido tiene esto?. Porque uno supongo que le va buscando el sentido al día día: trabajar, ver a tus hijos crecer, sentirte útil, escribir un libro, conseguir más dinero para comprarte más cosas, o cosas más grande (un coche más grande, una cada más grande…), viajar, hacer un mundo mejor, tener ropa nueva…. qué sé yo. Cada uno busca en sus entrañas lo que le da sentido a su vida. Pero a veces, algunas veces, aunque rebusques en el fondo del baúl, nada de lo que encuentras tiene sentido,