Aquel año recorrimos Turquía. Ankara y la Capadoccia para luego irnos al sur. Luego bordeamos la costa hasta Estambul. Una de las ciudad al sur fue Antalya. Si buscas en internet, verás una ciudad turística con un casco antiguo precioso a orillas del Mediterraneo. En verano se llena de turistas alemanes borrachísimos, cual Lloret . Qué extraño respiro esta pandemia, que no nos deja respirar….
En Antalya paramos en una casa privada, en el centro. Siempre tuve curiosidad por «reencontrarla» (la casa). La dueña era matemática pero había estudiado arquitectura para hacerse la casa (o eso nos explicó, aunque con el tiempo lo dudé: tienen los turcos una extraña capacidad para decirte lo que quieres escuchar, que no es mentir, sino cumplir tus expectativas…). La casa tenía un patio oculto, que recuerdo enorme y lleno de columnas, como un claustro. Pero por curiosidad, rebusco entre mis libretas de los viajes, y que no toco desde hace muchos años y la encuentro: Ani Pansiyon. Y rebusco en las fotos en internet y nada es como recuerdo: ni las habitaciones, ni la enorme escalera, ni el patio salvaje lleno de plantas. Ahora está todo mucho más controlado, y tiene una piscina y una barbacoa…. Es posible que haya cambiado (fue el verano del año 2000) o que mis recuerdos hayan convertido la realidad en otra cosa. Lo que sin duda fue tal y como lo recuerdo, fue que en nuestro primer desayuno en aquella casa en que nos sirvieron (entre otras cosas) aceitunas negras y sandía. Desde entonces no me resulta extraño desayunar con aceitunas negras. Han de ser negras, eso sí, como las de la mamma Marisa.
