
El Edificio Freixas es un espacio de creación en una ciudad limítrofe de Barcelona. Lo gestiona un colectivo de artistas, encabezado por un mecenas que alquila los espacios a un precio módico. En una comida con amigos, esta semana, alguien me comenta que por qué no me animo y me invita a conocer el espacio y a participar en el proyecto. Es un sitio donde se mezclan escultores, diseñadores, pintoras, ceramistas…. Es un lugar lleno de creatividad y gente inquieta. Me emociona enormemente volver a conectar con todo esto. Así que me digo a mí misma: ¿por qué no?. El sábado quiero ir a conocer al espacio, y volver a mezclarme con modernos y gafapastas, pero sobretodo volver a conectar con la curiosidad y la inquietud, con la memoria, con el corazón y con la emoción de construir. La exposición es de Claudio Lavanchy.
Durante la mudanza descubrí un bar de cafés y menús al lado de la nueva casa. Es el bar de la estación. Por la mañana, se llena con el vaivén de los cafés con leche, los bocadillos mini y los carajillos de los pasajeros que van y vienen como si se tratase de una ciudad cosmopolita y transitada. A mediodía se mezclan los clientes habituales con algún despistado. Un menú barato, que no llega ni a 9€ y comida casera y abundante se anuncia en una pizarra a pie de calle. Yo viajo con mis dos hijas y mi tía, y entre caja y caja decidimos comer allí. Y al tercer día ya podemos entablar una conversación. Lo suficiente para que cada mañana, cuando aprovecho para sacar al perro, ir a por el pan y buscar el cortado de bar para llevar, me pregunte si ya estoy instalada y cómo llevamos la mudanza. Estas son las cosas que sí me gustan de las ciudades pueblerinas.