De ciudades

oporto

Si hay una ciudad que me emociona es Oporto. Desde otro sitio. Londres es la ciudad que más me impresiona, sin duda, pero Oporto te toca el alma. Será la «morriña» gallega, que es prima hermana de la «saudade» portuguesa.

La primera vez que fui a Oporto (suena vanidoso decir la primera vez: presupone que hubo al menos una segunda)… La primera vez me encontré una ciudad oscura y salvaje. El puerto estaba lleno de tabernas, un tanto lúgubres. Incluso pudimos presenciar una reyerta callejera entre familias, con mujeres gritando, corredizas y navajas por medio. No recuerdo donde dormimos, pero seguro que no fue en el mismo sitio que la última vez. La última vez fui con Maria. Alquilamos una casita frente al Douro, preciosa. Moderna, discreta, sencilla… Nos atendió Nuno, que parecía que hubiese diseñado él la rehabilitación de la casa. Cada objeto tenía un sentido e incluso algunos parecían hechos a medida, como una pequeña consola de hierro forjado que servía para dejar las llaves, los papeles…. La casa era una pequeña nave alargada con un cubículo en el centro que contenía el lavabo y servía para separar la zona de dormir de la zona de estar y la cocina. La cocina estaba escondida en un enorme armario. Nos dejó dos botellas de vino, fruta, pan fresco, leche, mantequilla y jamón dulce para el desayuno, y unos caramelos para Maria. Nos explicó con todo detalle los mejores restaurantes, incluídos los japoneses y algunos rincones que nunca encontraría en una guía. Nunca un airbnb fue tan hospitalario. Y la ciudad se abrió para nosotras. Recorrimos las calles empinadas con el corazón. Y me emocionaba cada esquina, la calzada portuguesa que aún conservan algunas calles peatonales, las tiendas curiosas, la vida tranquila que recordaba de los portugueses, los bares de diseño, los restaurantes tradicionales con su bacalao de mil maneras y sobretodo su gente, abierta, dispuesta a ayudarte. Como aquel señor que me escuchó hablarle a Maria de «os pasteis de Betlem» y en seguida nos mostró donde encontraríamos las mejores «natas» no de Oporto, sino de todo Portugal.

Es una ciudad tranquila, moderna pero sin estridencias. Conserva aún el olor de la ropa tendida en la calle, de las mujeres de negro sentadas en la puerta de casa, discutiendo o simplemente charlando con la vecina a voces… el tranvía… ese tranvía bien conservado (sin ser postizo y pretencioso como en Barcelona). El tranvía discurre tranquilo por la orilla del río. Tienes algo especial las ciudades que se han construído a la orilla de un río. Siempre con la posibilidad de mirar a la otra orilla, como si se tratase de mirar el más allá. Yo podría vivir en Oporto. Y morir también.

Volveré. Sé que volveré.