Tengo un plan

…y a diferencia de otras veces, en que siempre acabo la frase con «… pero seguro que no se cumple», esta vez estoy positiva, me siento positiva (a pesar del regreso no deseado) y sé que se va a cumplir.  

Dos años

Suena un piano. También forma parte del plan.

Me viene a la cabeza una calle, un olor, una sensación. San Lorenzo del Escorial (Maria le llama San Lorenzo del Albaricoque). Me vienen a la cabeza algunas caras. Me rio de mí misma, cuando le comentaba a Lola que me gustaba mucho Lavapiés, pero que si me viniera a vivir a Madrid, no dudaría: prefiero San Lorenzo del Escorial. Ella se reía (también de mí) y me decía: «¡¡Claro, la niña es tonta!!»….. En mi cabeza nieva. Hace frío. Los árboles se cubren de nieve y el parque se convierte en un hermoso paisaje invernal.

Quiero vaciar esta casa. Meter libros y objetos inservibles en cajas. Dejar las estanterías vacías, las paredes vacías, el suelo vacío. Necesito vacío. Eliminar lo superfluo. Resistir con lo mínimo.

Suena el piano. El mismo. Una y otra vez. ¿Cómo puedo hacer para que no pare en toda la noche?. El mío se quedó mudo hace un par de meses. Me da miedo abrir la tapa y no recordar las notas. Dónde poner cada dedo. No saber leer la partitura.

Me da miedo olvidar. Recuperé su olor, y aún ahora, cuando cierro los ojos, vuelvo a sentirlo. Aquí arriba, en la cabeza. Sé que volveré a olvidarlo. Basta con evitarlo cuando me dice que quedemos para tomar un café y así le devuelvo las llaves. Te las envío por mensajero, no te preocupes, le digo. Lo quise tanto!. Y él a mí. Él dice que aún me quiere, que me quiere mucho. Sé que sí.. pero «si no te quieren como quieres que te quieran….». Aish, qué sabias las abuelas.

Tengo un plan. Y seguro que se cumple.

Escrito el 26 agosto del 2013, en Valdemaqueda

Despertarse temprano, cuando aún todos duermen, y sentir el frío de la montaña, un día de finales de agosto, en la sierra madrileña. Como si siempre hubieses pertenecido a este frío, y no a otro.

Fregar los platos de la cena de anoche, en una casa ajena, e intentando no hacer ruido. Tener un jardín delante, aunque aún no se haya habitado del todo, y dude por dentro que llegue a habitarse. Mirar por la ventana. Sentirte bien. En paz. Tranquila.

Saborear el primer café de la mañana en la intimidad que proporciona una soledad que se sabe que no está sola.

Adivinar un pájaro en la alambrada del vecino, sin distinguir si se trata de una alondra, un tordo o un cuervo. Dibujar una sonrisa por dentro, anta la ignorancia, mi ignorancia, sobre las aves y otros muchos seres.

Escuchar a lo lejos un perro aullar y, ya más cercano, el sonido del aspersor lanzando agua en un jardín vecino. Algún silbido. Un canto matutino. Pendiente ante la posibilidad de un llanto, de una niña que se despierte en una cama extraña y no encuentre a su madre a su lado.

Descubrir la luna, en su extraña trayectoria menguante, que hoy se ha levantado de mal humor, con las puntas hacia abajo.

Pasa un avión. Inventar un viaje para cada pasajero. Una ciudad extraña, y una lengua rara, que para otros significa un regresar a casa.

 

Esta casa huele a él. Des que entras. El albornoz colgado en el baño, las sábanas limpias… No puedo evitar abrir los armarios (bueno, podría evitarlo, pero no lo hago). Las camisas, impecablemente planchadas, ordenadas por color. Meto la nariz en el armario. Me viene una lágrima.

Hace más de un año que no nos vemos y sin embargo, de vez en cuando, nos enviamos algún mensajito, un mail para saber del otro, una llamada sin contestar… Me deja su piso de Madrid durante el mes de agosto, que él está fuera. En la mesa del comedor hay varios paquetes y una nota. Son regalos para Maria, y un mensaje cariñoso de bienvenida. Siempre fue un hombre de detalles.

La casa es espectacular. Bien situada. Austera de objetos. Bien iluminada. El pasillo tiene luces incrustadas en el suelo, en la tarima de madera. Parece una pista de despegue. Maria salta riendo de luz en luz. Los electromésticos, todos escondidos tras armarios blancos, lacados. Y una escalera de caracol de forja conduce a un altillo donde sólo hay un colchón con cojines que Maria usa para jugar y esconder sus muñecas.

Volver a Madrid me remueve. Mucho. No sólo por estar en su casa (que también). Parece que esté viviendo otra vez aquí. El barrio. El mismo super. Ver a amigos por los que parece que no haya pasado el tiempo. Los mismos restaurantes: el Achuri, el hindú de C/Ave Maria, la librería de Lavapiés, la tetería de Sta. Ana….  El café Central, la estación de Atocha y sus tortugas, el Retiro y sus árboles infinitos y su siesta imperdonable (hoy un pichón de paloma nos ha incordiado pidiéndonos comida….)…. Esos parques donde pareces perderte para poder encontrarte.

Sé que forma parte de un Madrid idealizado que sólo existe en la cabeza de una turista accidental que vivió aquí un año. Cada vez que regreso…. me quedo un poquito más.

De comerciantes y nacionalismos

En  Ortigueira el mercadillo es el jueves. Me gusta porque además de ropa o zapatos hay algunos de esos puestos que sólo encuentras aquí: el vendedor de cuchillos con mango de madera, el que vende sillas y cestas hec has por él, la charcutería….  En las tiendas también encuentras «productos autóctonos» como un pote, o un delantal de los que usaba mi abuela, o castaños o adelfas… Las Gómez tenemos un gen del capricho (nos viene, claramente, de herencia). Así que Maria me pide un delantal para ayudarme a cocinar. Que así sea. Yo no sé si se me lee en alguna parte de la cara que soy «nacionalista», pero no lo soy. Soy de las que piensan que los nacionalismos (sea cual sea la bandera) se curan viajando. Al final, una tiene una suerte de «nacionalismo» que es el que la une a personas que piensan como yo. Pero el que me vende el delantal (a cuatro euros) apostilla: «no es chino, que hay que apoyar lo de aquí». «Lo de aquí» me rechina en el oído. Entonces recuerdo la dependienta (y dueña) de una tienda de ropa en Sabadell, a la que escuché hablar mal de los chinos por competencia desleal (hacía poco habían abierto una tienda en frente suyo), y cuando me di cuenta en todas las etiquetas de la ropa que ella vendía ponía «made in China». También recuerdo ese mes de recorrer la China y compartir dolores con otras personas, de otra cultura y otra lengua que no entendí por más que me esforcé, pero en que pude reconocer la semiesclavitud de la clase trabajadora. Me da por decirle: «Bueno. los chinos también tienen que comer ¿no? y yo en Zara no compro, por convicción». ¿Para qué?. Me refiero que para qué hice el comentario… y tuve que aguantar (eso sí, estoicamente) toda una disertación sobre lo que un gallego piensa de Inditex y el comercio justo. Yo me pregunto, cuánto le debieron pagar a la que cosió el delantal que él me vende a cuatro euros, por un trabajo que seguro le costó más de media hora. No sé de qué clase de justicia comercial estamos hablando.

Un poco más adelante compramos un limonero. Teníamos pendiente para el «nuevo» jardín plantar un naranjo (que ya está) y un limonero que nos hagan sombra y nos dé limones. Mientras la chica me explica los cuidados del limonero, Maria ve un cactus y me grita, mira mamá, un cactus de la montaña de Montserrat. Bueno, yo no sé cómo le llaman aquí, le contesto. Y entonces la que me grita es la dependienta, ay!.. pero tú eres de allí (de allí intuyo que es Catalunya). Me dice con acento gallego que ella es de Santa Coloma de Gramanet y que se vino a Galicia porque ella sola con su hijo no podía aguantar el ritmo de Barcelona. Me explica que aquí tiene muchas ayudas, que allí pagaba más de doscientos euros por la guardería pública mientras aquí pagaba sólo diez euros a la semana y porque lo deja a comer. Que el único problema es que aquí el trabajo es más precario y casi no hay, pero que ella vive ahora mucho mejor en una aldea que antes y además come más sano, de lo que le da una pequeña huerta y las gallinas, que vive en una casa más grande y hasta con terreno-jardín pagando mucho menos… Este juego de aquí y allí yo también me lo he preguntado muchas veces, porqué «allí» se paga por todo (carreteras, agua, guarderías) y «aquí» se paga mucho menos o nada (el autocar que lleva a los niños de la aldea al colegio es gratis…, por ejemplo)…. Dicen que somos la comunidad (entre otras) donde se está llevando la recuperación económica del país…. pero si para que las empresas avancen, los ciudadanos nos quedamos sin servicios, no sé si vale la pena.

Canta el gallo, pero aún es de noche. A lo lejos se ven las luces de San Claudio y las de Sismundi. La ría aún no se distingue. Y es que «aquí» amanece casi una hora más tarde que «allí».

Botella y caminar

Ando estos días haciendo un curso en Coursera. Se llama Ser más creativos. El trabajo de esta semana consiste en desarrollar un proyecto a partir de dos palabras, creadas a partir de una técnica llamada «listas combinadas». Consiste en desarrollar «algo» (original, preferiblemente útil para la sociedad, posible de realizar … ) y explicarlo en un texto entre 500 y 1000 palabras. Las palabras que surgieron para crear mi proyecto fueron botella y caminar. El proyecto que he desarrollado es éste:

Caminar. Recorrer lugares. A veces, los caminos están marcados. En el argot del caminante internacional, una pequeña línea blanca y roja señala los Grandes Recorridos (GR, más de 50 km), una blanca y amarilla es de un sendero de Pequeño Recorrido (PR, entre 10 y 50 km) mientras que un sendero local es una señal blanca y verde (SL, menos de 10 km). Además, si la señal está en cruz, indica que el sendero está equivocado… También hay caminos “especiales”, como el camino de Santiago (España) en que se señaliza con una flecha amarilla y una concha de peregrino. Pero a pesar de las señales, los caminantes a veces nos perdemos lugares, pequeños rincones, un lugar especial al cruzar un bosque o una ensenada a la que sólo se puede llegar si te desvías mínimamente del camino trazado o un hayedo increíble si caminas apenas 200m en una dirección “equivocada”, o un acantilado si dejas por unos metros el camino y te desvías a la derecha…. Mi propuesta (en una primera versión) tiene que ver con una botella. Tan sencillo como dejar un mensaje en una botella en un cruce donde haya algo diferente. Puede ser tan llamativo como que la botella esté colgada justo en el posible desvío. Dentro de la botella colocamos un mensaje donde indicamos qué podemos visitar si nos desviamos del camino trazado y marcado.  La botella es transparente, para que pueda visualizarse claramente el mensaje. El mensaje puede ser una tarjeta con un mensaje claro, preferiblemente la tarjeta es blanca y la letra negra, escrito en mayúscula y con tipografía clara de manera que pueda leerse desde el exterior. Se podría utilizar preferiblemente cartulina, de manera que al introducirla en la botella tomase la forma cilíndrica, pero la más pegado posible al vidrio. La botella puede colgar de un árbol, junto a una piedrita. Esto además hace que cuando hay viento, el choque de la piedra con la botella produzca un pequeño tintineo, como un choque de ideas, que llaman al que camina. Se colocan para un mismo camino marcado (sea GR o PR o SR), el mismo tipo de botellas, el mismo tipo de cuerda, el mismo tipo de tarjeta y tipografía.

En una segunda versión (más elaborada), cambio la botella por un bote de vidrio con tapa, de manera que de forma sencilla pueda abrirse y cerrarse. Se coloca la tarjeta inicial pegada a la pared de vidrio del bote por el interior, pero además, se coloca un pequeño lapicero dentro y una pequeña libreta de papel, y así que cualquiera que pase por el camino y haya descubierto otro lugar “mágico”, pueda escribir su descubrimiento, como una suerte de “libro de visitas” del sendero. La tapa se agujerea y se pone una cuerda, que se cuelga al árbol. La tapa siempre queda colgada en el árbol, y el bote al desenroscarse de la tapa se puede utilizar. En realidad es misma idea pero con un bote en lugar de una botella y con una pequeña ampliación de contenido.

El proyecto, a pesar de ser individual, requiere la colaboración de caminantes (que respeten las botellas/botes de vidrio) y de la administración (que permita colocarlas en los caminos), así como todos aquellos que quieran participar con las aportaciones individuales, de sus lugares íntimos que han ido descubriendo y quieren hacer colectivos.

El run run interior

Hay algo aquí arriba, justo donde se acaba la frente, que no deja de dar vueltas. Ese run-run interior que te obliga a no dormir a la hora en que deberías, y te permite estar a las tres de la madrugada escribiendo en un extraño blog, que leen otros extraños compartiendo extrañas ideas. Tiene que ver con un traslado, con una decisión familiar, con un nuevo trabajo (van tres.. y hay quien no tiene ninguno.. no sé cómo hacerlo, juro que no es intencionado), con una decisión a largo plazo que tengo que madurar (y comentar con alguna amiga, de esas que te dicen las cosas a la cara y llenas de verdad… y me hacen pisar la tierra que a mí a veces los pies se me escapan hacia arriba….).

El run-run interior es algo propio. Lleno de intención. Y se hace más grande cuando las cosas no sólo dependen de uno mismo. Y no, no todo depende de uno mismo. Eso es lo que te hacen creer los libros de Pablo Coelho. Pero en esto de la vida, hay un porcentaje de azar incontrolado, o de causalidades desconocidas… llámale como quieras… ese punto que no se puede controlar… ese giro insospechado, o esos km por hora de más, esa curva o ese cambio de rasante, o ese coche que te encuentras parado en el arcén y que apenas puedes esquivar.

Si pudiera controlar ese porcentaje… todo estaría más claro.

De cómo perder el tiempo

Aquí los días pasan lento. Pasan tan lentos, que me permito hacer esas cosas que sé que no servirán para nada en un futuro, aunque me sirvan en el momento. Cavé el jardín, que tenía un desnivel terrible y ahora sigue teniendo, pero menos. Aún sabiendo que es posible que el año próximo no tenga ninguna flor. Y con Maria estamos haciendo un pequeño muro que salve el desnivel. Y un par de escaleras, hechas de piedras que vamos encontrando aquí y allá. Transportamos las piedras una a una. Y las vamos amontonando formando un pequeño muro, ayudándonos de barro. Lo diseñamos todo con una azada, cavando primero un surco donde las vamos acumulando. En realidad es un desastre. Pero prometo foto antes de irme. Aunque sólo sea para dejar constancia gráfica de dónde estamos perdiendo el tiempo. Y aunque digan por ahí, en alguna canción, que el tiempo nunca es perdido.

A todo esto, me duelen los brazos y la espalda.

Polvo de estrellas

Escucho a Fernando Selman en la televisión y no puedo evitar sonreirme (y sonrojarme). Dice que todos provenimos del mismo polvo de estrellas. A mí me resulta extraño sólo pensar que provengo del mismo polvo (aunque sea de estrellas) que algunas otras personas, pero me parece una de las cosas más bonitas que he escuchado en mucho tiempo. Sólo ese hecho, justifica que estemos buscando continuamente el origen de la vida, porque es una forma de darle sentido. Aunque, en realidad, el sentido de la vida sea (creo que lo he leído en algún lugar) tener una vida con sentido.

De cosas pequeñas

Algunas cosas pequeñas que hoy me llamaron la atención:

  • En el camino de ida a Ferrol, en la carretera, aparece muerto, atropellado, un pequeño zorro. Desde el coche sólo distingo la cola. Entonces pienso que podría ser una ardilla, aunque tiene cola de zorro. En la misma carretera esquivé hoy un gato. Frené y pité y él salió corriendo. Me pregunto a qué velocidad va un coche para destrozar (destrozar) un zorro del tamaño de un gato.
  • En el centro comercial me cruzo con un hombre con la cara y los brazos llenos de arañazos. Parecen que hayan sido hechos con cristales. Recuerdo el accidente de tren de hace unos días en Santiago. Un tren que iba a Ferrol.
  • Maria tiene una camiseta blanca con una mancha amarilla. Me viene a la cabeza que mi abuela enjabonaba siempre la ropa blanca y la dejaba al sol, extendida sobre la yerba. Una vez que secaba, la volvía a lavar y aclarar. Utilizaba un nombre, que no recuerdo, y todo el mundo me dice que era «clarear». Pero no estoy segura.
  • La mayoría de las plantas se plantan en primavera. La mayoría de las flores, se hacen en semilleros y luego se trasplantan. Creo que por eso nunca tendré un jardín aquí en Galicia, porque no llego a tiempo ni siquiera de plantar hortensias.
  • En el camino de vuelta me encuentro con el desvío a Cariño. Entonces recuerdo algo que me dijo Santiago.  Y entonces me viene a la cabeza Sismundi y su embarcadero, como el lugar más recóndito del mundo.
  • Me ha salido una ampolla en la mano, justo en la base de los dedos, entre el anular y el corazón de la mano derecha. Es de la azada. Creo que soy feliz, relativamente feliz, cavando en el jardín. Pero mañana usaré guantes.

Más cosas pequeñas: un limonero que hay junto a la barbacoa, las margaritas de las vecinas (florecidas). El cable del «pastor» que sale desde casa y recorre metros y metros hasta la finca de mi padre. La puerta de la herrería que tiene dos hojas, horizontales. Las farolas en la aldea, aquí y allá, en la puerta de algunas casas, como si fueran luces exteriores y sin iluminar ningún camino. El olor de la crema Nivea, el olor del gel de baño, el olor a pintura de la mesa sobre la que escribo hoy y que cogí de un contenedor junto a un bar, bajo la mirada y los ojos como platos de mi padre (creo que él no está acostumbrado a mi vida de buhonera…) y que hemos pintado hoy Maria y yo. El sonido de un mochuelo. Los ladridos de un perro a lo lejos.

El plato de loza

El plato de loza

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Es el plato de batir los huevos aunque antes fue parte de toda una vajilla, que perteneció a mis abuelos. Es pesado, más que el resto. Y anda descascarillado.

La casa

En realidad, yo no siento esta casa como mía. Es la casa de mi padre. Yo preferiría una casa más pequeña, más cómoda, más acogedora, con menos escaleras, menos ventanas, menos puertas. Creo que estoy acostumbrada a mi «cuevita» y esta casa (que en realidad es bastante normal) me sobra.  Lo que  sí echo de menos, cuando me marcho, es levantarme y mirar al mar. Aunque incluso esa mirada, siento que podría ser más abierta y más cercana.

Searching for sugarman

La vi en casa de un amigo antes de venirme. Me encantó. La casa también. Es de techos altos y proyecta el cine sobre la pared. Llevé makis y sashimi (una que es cocinera internacional) y compartimos un gazpachito y un vinito blanco. La comida muy ecléctica. La película genial. Y, aunque podría haberlo evitado, creo que se ha quedado grabada en la memoria totalmente ligada la banda sonora de la película con un polvo. Lo recuerdo cada vez que suena en el coche. Lo recuerdo con cariño. Porque curiosamente, es de esos hombres que me parecen más interesantes cuanto más lo conozco (al contrario que me ha pasado con tantos otros).

Madrid

Estrellita ya le ha enviado las llaves al portero donde yo vivía en Madrid, para que las tenga cuando yo llegue. Me dice que le hace mucha ilusión que las calabazas vayamos a su casa, que somos las primeras a las que se lo deja. Me envía un mail con todo detalle y me dice que haga uso de todo, que en el congelador hay caldo de la mamma para la niña, que le riegue las plantas (si han aguantado 15 días), que la chica de la limpieza está de vacaciones (para una vez que podía presumir yo de tener «chica de la limpieza» :) )…. La verdad es que a mì también me hace mucha ilusión disponer de su pisito de soltero en los madriles. Tengo ganas de ir a la sierra. De ver a Marques. A Lola. A Joselito. De visitar algunos sitios que no visité cuando viví allí (Aranjuez y El Escorial, por ejemplo).