Los amigos que se van

Llevo meses queriendo escribir sobre él. Él, que se nos fue en Marzo. Pero no puedo. No hay momento en que no piense que le perdí la pista un día y tenía que haberme esforzado por no perderlo del todo. Garragá era luz en mi vida. Era el montañero que me empujaba a subir montañas cuando yo me ponía pesada y preguntaba como una niña pequeña «¿y cuánto falta?», y él, que ya llevaba una mochila enorme, se ponía la mía delante y seguía caminando, y tiraba de mí, como el amigo que quiere compartir contigo todos los picos del mundo. Era el matemático que me empujaba a seguir estudiando cuando yo me levantaba de aquellas mesas enormes en la facultad de Medicina y le decía, «me voy, que lo dejo» y entonces él me pasaba un problema, con infinita paciencia y me decía: «venga ya, que el examen es mañana, si ya estás aquí. Mírate este problema». Y yo, que le hacía siempre caso, me sentaba otra vez, me ponía a mirar el problema, tenía la suerte que caía al día siguiente y lo clavaba y aprobaba el examen y él se equivocaba en alguna tontería y lo suspendía, y aún así, se alegraba infinito por mí. Así era él. Generoso. Uno de los hombres más generosos que he conocido.

Y entonces viene un tumor cerebral y en seis meses se lo lleva.

Pero tuve la suerte de compartir media vida con él.

Y unos cuántos lunes en que me iba a verlo al hospital, lo abrazaba, nos emocionábamos con las anécdotas de hacía mil años y compartíamos unas risas.

Y cuando parecía que iba entendiendo que la vida se nos puede ir en cualquier momento, entonces se va él, para volvérmelo a recordar. Que la vida, tal y como la conocemos, se nos puede acabar en cualquier momento. Y a mí me duele infinito abrir la página del instituto y verte allí, con tu sonrisa infinita y saber que mañana, cuando vuelva, tú no estarás.

Y me parece una broma del destino, que Lino ya no esté, físicamente. Y me duele horrores, cuando alguien se asoma a la puerta roja y pregunta por los informáticos, el Garito del Lino, porque es donde te escondías a resolver las incidencias de todo el mundo (incluso los ordenadores que los hijos de los profes se traían de su casa para que tú les mirases porque no sé qué virus le ha entrado y no sabían qué hacer). Y me duele horrores, estar en la sala de profes, trabajando y que tú no aparezcas en algún momento, con tu sonrisa, diciéndome alguna tontería «qué noia, qué fas avui?». Y me duele horrores, saber que ya nadie me enviará fotos de las «marietas» que va encontrando en el camino. Y que la vida es una mierda, porque no hay tanta gente especial como tú, y tú te nos has ido. Y no puedo soñar contigo. Como si no soñándote hiciera que vayas a regresar algún día. Tú, tu café en mano, tu risa, tú «dona-li una volta» (que hay alumnos que se han tatuado), tus idas de olla, tus mensajes encriptados, tú caos permanente, tus cables, tu sonrisa… Y yo aún recuerdo aquel niño en la facultad de Ciencias, paseando de la mano de una pelirroja impresionante que nunca te la quiso soltar, y sonriendo al mundo, como una manera de relacionarse con él. Tú, que nunca te quejas de nadie, que nunca criticas a nadie y que estás dispuesto para todo el mundo. Y me da un vuelco el corazón saber que hace más de 30 años que te conozco, que no es poco. Y me da tanta rabia no haberte dicho más veces cuánto te quería, cuánto te admiraba y cuánta vida me dabas. Te echo de menos. Te voy a echar de menos toda la vida. Lo sé.

Chicos, nos vemos al otro lado.

La tregua

Hoy un alumno me preguntó si Mario Benedetti escribía novelas y yo me acordé de la Tregua. Lei la Tregua en Chiapas, aquel año. Aunque si tengo que escoger algo, me quedo con algunos de sus versos.

Defender la alegría como una trinchera

defenderla del escándalo y la rutina

de la miseria y los miserables

de las ausencias transitorias

y las definitivas

En eso esto. Defendiéndola.

Los cables submarinos, la cerámica y los astros.

Llevo días (muchos) sin escribir. Ni en el blog ni en otro sitio. Estoy desbordada de trabajo. «Overburdened» «creo que es el término en inglés que más me define ahora mismo. Sin embargo, estoy bien. Estoy bien. Me repito.

Cosas que han pasado estos meses.

Las clases. Estoy dando clases en el Bachillerato Internacional. Ha empezado este año, en mi instituto. Y yo dediqué el año pasado un tiempo a formarme y a preparar clases, aunque el día a día es intenso y no puedo dejar de preparar cosas cada día. Les doy matemáticas e informática. Son solo seis alumnas, pero devoran la información como si fueran 30. Y eso me maravilla. El viernes les expliqué qué era internet, en plan divulgativo, y aproveché material que tengo acumulado de todos los años que he dado clases de informática en los ciclos formativos. Aún así, encontré un video interesante sobre los cables submarinos. Y aunque el primer cable data de 1850 (era telegráfico), ellas estaban fascinadas por cómo se pueden tener «esas cosas». Esas cosas, les digo, es la grandeza de la humanidad. Miles de personas anónimas investigando, trabajando e inventando por el bien común. Desarrollando la tecnología que nos permite hoy en día comunicarnos. Pero no sólo eso. También hemos mejorado la calidad de vida, curado enfermedades, viajado a lugares insospechados, conseguido agua potable o electricidad… gracias a esas miles de personas que no conocemos pero han trabajado para todos nosotros. Así que ahora os toca ser una de ellas. Ada (tengo predilección por esta alumna) me dice: «Qué guay, tener una profesora de matemáticas a la que le apasiona enseñarnos así».

La cerámica,. La cerámica para mí se ha convertido en un lugar. Es difícil de explicar, pero es el lugar donde soy yo, donde me siento yo (no soy madre, no soy hija, no soy compañera…). Es el lugar donde puedo respirar. Y allí estamos: un mazacote de barro, sin forma exacta y yo. He empezado en la Escola Illa. He tenido que dejar el Torn y echo de menos el taller de Eko. Este ha sido de momento mi experiencia formativa, aunque me he preinscrito para hacer en febrero un taller en la Madriguera, con Paula Bonet (que me tiene fascinada) y en algún momento quiero hacer un intensivo en la Escola de Cerámica de la Bisbal. Pero el run-run en la cabeza pasa por tener un taller propio, y he encontrado una fórmula viendo un nuevo taller que han abierto aquí cerca: Terracota Cerámicas, aunque mi idea, más que hacer cursos (que también sería interesante) pasa por tener un espacio de coworking para ceramistas. Así que ando buscando un local (barato) y con salida de humos, céntrico pero no lo suficiente para que se pueda aparcar bien.

La carta astral. En mi cumpleaños me regalé una carta astral. Era algo que tenía muy al fondo, pero desde hace años Joselito me recomendó que me hiciera una. Él se la acababa de hacer y estaba totalmente descolocado de lo preciso que le había resultado todo. Me recomendo la escuela Cosmograma y en concreto Robert Martínez (pero no tiene consultas libres hasta el 2024), así que, este año, que me sentía perdida, me animé. Yo, que siempre he separado la astronomía de la astrología, y me da tanta rabia cuando la gente lo confundía. Una maravilla ha sido. Una hora y media asombrada de todo lo que me iba diciendo. Me la regalé en Abril, pero pedí la consulta para después del verano. Y no podía haber ido mejor. Para mí fue como cinco sesiones de psicólogo de golpe (también por el precio). Pero de vez en cuando, cuando el caos se apodera de mí, me repito frases o momentos de esa carta astral y me tranquiliza. No todo está escrito, pero hay ciertas cosas que vienen dadas, de eso estoy segura. Y es Plutón, que está pasando, me tiene descolocada. Pero además, soy Venus-Plutón.

Onirograma

Correr la maratón de NY. (¿no empiezan todos los sueños con esto?)

Tener una casa cerca del mar.

Tocar barro. Todos los días.

Tocar el piano.

Ver un concierto al año de un supergrupo (tipo Coldplay :-p).

Vivir en London (un tiempo).

Aprender a esquiar y/o a surfear.

Ser delgada :-)

Publicar (que escrito ya casi está) un libro.

Hablar inglés (con fluidez, no la mierda que hablo).

No gritar a mis hijas (nunca o casi nunca).

Vivir de «cosas» online.

Viajar.

(Volver a) conducir un Land Rover

Volar (otra vez). Puedes ser parapente, paracaídas, ala delta….

Los borradores

Tengo 80 borradores en este blog. Algunos son del 2009. Ando haciendo limpieza, aprovechando el confinamiento por covid. Sí, soy positiva, siempre muy positiva… Voy a ratos, cuando el cuerpo me deja, porque me canso. El problema de esta enfermedad (para mí) es la incertidumbre. No sabes cuándo ni cómo va a acabar. Parece un constipado, con un poquito de fiebre por las tardes, con un poquito de cansancio muscular, con mocos y ataques de tos puntuales. Todo muy leve. Pero no sabes si en algún momento todo dará un giro y eso da un poco de miedo.

No consigo test de antígenos por ningún sitio. FInalmente he comprado diez en una farmacia de Zaragoza, y me lo envían por correo (vete a saber cuándo llega). Hace un mes compré 4 y me costaron a 3,5€, han subido más del doble. Es alucinante como las farmacéuticas se aprovechan de esta situación. Yo las nacionalizaba. A tomalpolculo. Como un bien común. Y vendía los medicamentos a precio de costo. ¿Cuánto debe costar realmente un test de antígenos? ¿50 céntimos?

Algunos borradores…. ahora tengo curiosidad por saber cómo acabarían (no, no voy a copiar los 80…)

TENGO ALGUNAS HISTORIAS (14 septiembre 2014)

Tengo algunas historias de amigos. Historias reales que podrían ser la base para una historia ficticia. Sólo con una pincelada más. Bien podrían resumirse así.

Él es chileno. Ella nació en Budapest. Se conocieron en Barcelona. Él vivió durante dos años en la ciudad. Ella llegó becada un verano. Ahora viven en Nueva York, en un apartamento en Broklyn de esos que ves en televisión.

Tuvo un novio con el que se recorrió medio mundo. Después de un viaje de meses, parte en bicicleta, se separaron. Una noche de borrachera, y para olvidar, ella se lía con el ex de su mejor amiga. Se queda embarazada. Decide tenerlo sola. Ahora, ella y su hija viven en un pueblecito del Cabo de Gata, en una casa blanca con ventanas de madera azules mirando al mar

DE PADRES Y VACACIONES (20 agosto 2013)

Hay un momento en que uno siente (y quiere) regresar a casa. A ese espacio protegido, con la intimidad y los objetos que le pertenecen. No es que aquí no me sienta bien (que me siento), pero no deja de ser la casa de mi padre, aunque Maria y yo, año tras año, vamos haciéndonos nuestro espacio particular aquí arriba, mirando el mar.

Y con mi padre siempre tengo la sensación de tener que estar demostrando. Estoy cansada. Este año he tenido la impresión, igual que cuando era niña, que nada de lo que haga es suficiente para él. Y (al menos creía que) hacía tiempo no me pasaba. Me habla de vecinas (a las que no conozco), que son muy trabajadoras, porque se pasan el día limpiando la hierba o desbrozando. Y no valora el trabajo que llevo casi un mes haciendo aquí. Ni limpiar el jardín, ni ayudarle a recoger las cebollas, los guisantes, las patatas, ni pintar la habitación que tenía humedadades, ni lo cotidiano del día a día que incluye ir a comprar, hacer(nos) la comida, lavar, recoger la ropa… Es como si yo no existiese. Recuerdo cuando era niña traer las notas a casa con pánico, porque en gimnasia sólo tenía un bien, en lugar de un sobresaliente como en el resto de asignaturas. Yo, que con el tiempo tuve una prótesis de cadera, era la única asignatura en la que no podía esforzarme más.  Soy como soy en parte porque él me hizo así. Es lo que tienen los padres. A veces, me siento culpable de que Maria no tenga un padre (cercano), aunque la decisión no fue únicamente mía. Al otro lado hubo un hombre que evitó responsabilidades. Alguien (cercano) me dijo un día que soy egoísta por haber decidido tener una hija yo sola. Yo sé que la maternidad (y la paternidad) es una cuestión de egoísmo. Uno tiene hijos por darse el gusto de repetir la especie, la propia. Herencia genética. Evidentemente obvié el comentario, y más viniendo de la persona que venía y en el momento de su vida en que lo hizo. Pero hay veces que estoy orgullosa de haberlo hecho, e intento hacerlo lo mejor que sé, con lo que no me enseñaron. Y me da miedo, cuando dice: «Qué tonta es Maria», porque algo no le sale… y entonces no hago más que repetirle que no es tonta, que sólo requiere un poco más de práctica o que sea un poco más grande… Y cuando a mí se me escapa algún «no seas tonta!», intento esbozar una sonrisa para quitarle importancia, porque sé lo importante que son las palabra y los silencios, y cómo nos afectan de niñas….

LAS ENTRAÑAS DE LA TIERRA (30 octubre 2013)

Leo a Fernando Loygorri y recuerdo algo que escribí hace tiempo sobre las minas y los mineros. Eran chilenos  y se habían quedado atrapados en un pozo a 70 metros bajo tierra. Así estuvieron durante más de dos meses.

En León el grisú asfixió a seis mineros. Una se pregunta si en pleno siglo XXI y habiendo enviado maquinitas a otros planetas, aún no somos capaces de robotizar uno de los oficios más antiguos del mundo. Y seguimos extrayendo minerales de las entrañas de la tierra, de la manera más rudimentaria que podemos imaginar.

La vida es un milagro. La muerte lo es más. Porque la muerte regenera. Pero hay muertes, en las cavernas, innecesarias. Y hay gritos mudos de dolor.

EL GALLEGUISMO (19 mayo 2016)

Hacer una tortilla de verduras y echarle una pizca de pimentón. Dejar el aceite de color rojizo después de hacer la tortilla (por el pimentón). Echar de menos el mar bravo. El olor del eucaliptus. Ver una hortensia blanca y extrañar que no sea azul. Entender las retrancas. Creer en las meigas.  Comer pan a todas horas, aún sabiendo que como el de Galicia en ningún sitio se cuece mejor. Pronunciar correctamente la equis, para poder decir bien «raxo». Extrañarte si la ropa se seca en dos horas. No echar de menos el sol, y sí la lluvia. Que un día gris sea «un buen día» y no un «vaya día».

LOS NUEVE AÑOS (2 diciembre 2016)

Cuando te haces madre no te dan un manual de instrucciones. Esto no es como comprarse una lavadora, y no hay ningún pdf donde puedas ir a buscar el funcionamiento de un determinado botón. Pero la clave es entender que ambas vamos por el mismo camino aprendiendo. Así que intento no desesperarme ante la necesidad continua que tiene de tocarme, de que la escuche, de que esté con ella, de que no la deje sola en ningún momento. Me permito buscar los espacios comunes y abrirnos otros la una para la otra, dejar espacios para amigos (cada una los suyos) y para actividades. Intento que sea sin dramas, a pesar de que su actitud, y su carácter, dan para mucho dramatismo. Luego siento el peso de la genética y me digo que algo tendrá que ver el que yo sea también impetuosa, con carácter……

LA MATERNIDAD (27 mayo 2018)


Tengo una amiga (de esas del alma) que hace tiempo intenta quedarse embarazada. Somos de una generación que priorizamos los estudios, un buen trabajo……

LAS ALCACHOFAS DE MI MADRE (27 noviembre 2019)

alcachofas

Ya es época de alcachofas. Y si hay algo que recuerdo especialmente son las que hacía mi madre. Diría que es de las pocas veces que me ponía a su lado a cocinar y la ayudaba a rellenarlas de carne. Su receta era muy sencilla, pero no tenía especial interés en que quedasen bien rellenas: mi madre era más de poner «pegotes» de carne encima de las alcachofas. Así que ahí llegué yo a mejorar el formato. Hoy, mientras cocinaba, pensaba en todas las recetas que vamos heredando, de forma más o menos consciente. Hay quien se ha sentado junto a su abuela a hacer croquetas. Junto a la tita a ver cómo hacía los pestiños. Y junto a su madre a ver hacer la empanada o las alcachofas rellenas. No saben igual, claro que no (yo les añado pimentón, que me viene del otro lado), ni tampoco hay pretensión de hacer exactamente las mismas. Pero mientras aparto las hojas de las alcachofas y las relleno (casi una a una) recuerdo aquel momento de la niñez que compartía la cocina con ella.

El sushi y las pizzas de los viernes no pueden compararse. A veces pienso qué recuerdos tendrán nuestros hijos (y yo soy de las que cocina en casa). ¿Te acuerdas cuándo mamá llamaba al Ootoya a pedir sushi?.

Y no hay nada más…

FRANCESCA (4 Octubre 2021)

Mi profesora de italiano se llama Francesca. Tiene un humor propio, muy gallego (o muy italiano). Socarrón y por «lo bajini». Es guapa. Y joven (diría que apenas pasa los 30). Y tiene esa sonrisa pícara que te hace sonreir a ti también. Le gusta Jovanotti (aunque siempre nos pone videos donde aparece con su nombre completo: Lorenzo Cherubini), pero escoge las no-mejores canciones de él (En vez de Fango o A te, nos ha seleccionado Come música)

Con arte todo es mejor

Me apunté en el Grau d’Arts de la UOC un poco para obligarme a dibujar y un poco por curiosidad. Ya sabéis que no me puedo estar quieta, y aunque pensé primero en la Llotja, y hacer el ciclo de cerámica, luego apareció la opción de estudiar la clásica carrera de Bellas Artes, en versión online. Reconozco que hubiera preferido Arquitectura, pero no hay nada online, que es ahora mismo mi mejor opción.

Sólo me he matriculado de una asignatura, pero es de 12 créditos (lo habitual son asignaturas de 6 créditos) . Me cuesta, además, un pastón, por ser una segunda titulación (en este país no está bien visto querer estudiar más, todo está penalizado). El caso es que la idea era aprender a dibujar y diría que no me ha servido. Sigo dibujando tan mal como antes. Pero me ha hecho crecer … como artista. Esa sensación de creértelo. De que te hacen una propuesta de trabajo y te empieza a surgir del fondo una necesidad de trabajar, de mostrar, de buscar materiales…. ¿no es eso lo que hace un artista? Hurgar en las profundidades.

El primer ejercicio (les llaman PAC, y en realidad son un conjunto de ejercicios) sí que fueron básicamente de dibujo. Axonométricas, perspectiva, algo artístico, algo más técnico, practicar con encajes, sombras y texturas… Descubrí además una página para trabajar el dibujo del cuerpo humano, con ejercicios rápidos. Quizás fueron los ejercicios donde más he dibujado, aunque tampoco lo suficiente como para poder afirmar que «has aprendido». Pero entiendo que eso requiere tiempo (además de que te den las técnicas) y lo que tenemos ahora es un conjunto de materiales con los pasos a seguir.

La segunda PAC era más de pensar. La narración era el objetivo. Y aunque dibujé menos, disfruté más. Recogí mis poemas y aunque el caligrama no es mi mejor herramienta, hice un pequeño homenaje a Almudena Grandes. Aprendí lo que era un relatograma, descubrí un arquitecto curioso (Luis Barragán) dibujé cómics e hilvané una narración bastante completa de lo que mil palabras pueden suponer ante una imagen.

En la tercera PAC hay que hacer un projecto más elaborado, extendiendo el dibujo a lugares que no sean habituales y si es posible proponer una intervención que preferiblemente sea crítica. Yo ya tengo un proyecto en la cabeza (de hace tiempo). Lo he titulado 24pedres. Estoy creando una página web y he ido a recoger piedras al río Tordera. Quería ir al Ter, pero no conseguí encontrar el sitio para bajar :-) . Cuando digo piedras, son piedras. Quiero pesarlas, calculo que algunas rondan los tres kilos (las comparé con Lau, que no llega a 2,300kg)

Encontrar el encaje entre varias piedras tiene su punto. Quería era hacerlo de dos en dos, pero encuentro algunas que me gustan más en trío.

Voy a dibujar sobre ellas. Aún no tengo claro, dependerá de lo que ella me digan. Si giras la composición, ves posibilidades diferentes. En esta vi al principio un corazón, el hígado y un riñón, nuestros órganos más importantes (además de la piel). Pero a medida que giraba la composición veía diferentes dibujos en ellas.

Una vez están dibujados, formarán parte de un todo y se separarán por diferentes puntos de la ciudad.

La idea es que las puedan encontrar diferentes personas y que unirlas sea la excusa para encontrarse. Eso será posible porque la url de la página web estará escrita en cada piedra, y en la web podrán entender el proyecto, ver el conjunto total a partir de la fotografía inicial y un punto de geolocalización, donde tienen que reunirse con las piedras para volver a colocarlas y fotografiarlas. Ese será el final. Y así con 24 piedras.

La idea de unir, desunir y volver a unir me vino de una canción que me retumba en la cabeza desde hace tiempo: The Origin of Love. Es de una película extraña: Hedwig and the Angry Inch. Es curiosa, hay que verla.

La idea de encontrar una excusa para reunir personas me la da cada día el miedo a esta sociedad y descubrir que cada vez más nos estamos convirtiendo en una sociedad de individuos. Y yo tengo ganas de tribu, pero de verdad.

Echo de menos a mi chamana

Slow Life

Hoy hablaba con mi tía sobre la posibilidad de invertir en algo. Tiene una amiga (muy beata) cuyo hijo invierte en marihuana. No es que esté cultivando unas plantitas para tener unos cogollitos para consumir (que mira, hasta me parece interesante). No. Es que le llaman invertir en cannabis medicinal, en EEUU, donde ya es legal bajo esta fórmula. Yo entonces recordaba cuando alguien me ha dado la posibilidad de invertir en bolsa (eso de «si tienes mil euritos que no necesites… yo sé dónde colocarlos»). Mil euritos míos y mil euritos de otro, y mil euritos de otro… enriquecemos empresas que invierten en armas, o en drogas o en fondos buitres… ¿Esa es la sociedad que queremos?. Pues yo no. Paso.

Mi estrategia va hacia otro sitio. No da más dinero, pero a mí me ofrece la posibilidad de sentirme alineada con una vida más «slow». De entrada, molaría que la gente tuviese platos artesanales, o tazas hechas en un torno por un alfarero, o calcetines de lana tejidos a mano… ¿no? Si cada uno formase parte de algo auténtico y único, y hecho por uno mismo… Sea un cuadro, unos pantalones, un jersey de lana…. Esto también es parte de ese movimiento Slow Life: parar la marcha, reducir, disfrutar de las cosas sencillas. De los amigos, de las parejas, de las relaciones, incluso de las series que vemos en la tele. Pero todo es tan rápido, que hasta podemos hacernos un maratón y vernos siete capítulos en un fin de semana. La inmediatez nos está matando por dentro.

Mis tazas son rústicas, sencillas, hechas una a una con amor. En cada una cuido todos los detalles, desde la forma del asa, la mezcla de los esmaltes (los esmaltes salen un poco a su bola, la verdad, pero eso es cosa de la química que no controlo), estampar la firma… Es un gustazo (y un lujazo) poder disfrutarlos. La sensación de comer (y beber) en las tazas y platos hechos por ti.

Recuerdo cuando estudiaba joyería, que una compañera se puso en seguida a vender piezas. Era un poco chapuza (todo hay que decirlo) y aunque tenía buenas ideas para diseñarlas, la pieza final no solía tener un buen acabado, y en poco tiempo se acababa rompiendo o desmontando. Yo nunca me sentí suficientemente segura y nunca vendí nada. Como mucho, regalé algunos colgantes y algunos pendientes, pero nada relevante. Sin embargo, con las piezas de cerámica tengo otra sensación. Algo así como que da muchas más posibilidades. Me siento más segura (aunque no del todo, todo lo veo torcido o mal acabado), pero al menos sí siento que esa parte rústica del acabado tiene posibilidades. Y me gusta (enormemente) comer en estas piezas. Ya hace unos meses que tengo «mi taza» para el café de la mañana.

Yo, si tuviese mil euritos de sobras, me compraba un torno y la entrada de un horno. Eso sí es inversión en una sociedad un poco mejor. A cambio, hago tazas a los amigos y al que me lo pida (ahora estoy pensando si esta idea podría dar para un crowdfunding!!). También necesito un espacio, aunque tengo una idea, allá en el norte, mirando el mar. Cómo echo de menos ese mar….!!!

Cosas por las que vivir (y no morir en el intento)

Cuando a algún amigo le comento que yo ya siento que he hecho todo lo que tenía que hacer, se llevan las manos a la cabeza. No lo digo como una crisis, ni porque sienta que el suicidio es salida de nada. Lo digo con el convencimiento y la satisfacción de alguien que siente que la vida ha cumplido ya todas las expectativas. Hay una cierta tristeza también, porque a partir de ahora todo tengo que inventármelo (si es que no ha sido siempre así). Pero siento que ya he viajo mucho, he conocido mucha gente, he estudiado lo que quería estudiar, he tenido muchos trabajos, he plantado muchos árboles, he escrito mucho, tengo dos hijas mágicas de dos maternidades muy diferentes, he follado mucho (y diverso), he cumplido muchos desafíos (desde pilotar un avión, caminar por la muralla china o despegar en parapente), he hecho (y tengo) grandes amigos, he vivido fuera, he tenido varias casas, he podido cuidar de los míos (y estoy en ello)… ¿Qué más podemos pedir?. Así que cada día me levanto con el convencimiento de que si desaparezco no pasará nada (aunque tengo que hacer crecer un poquito más a las pipiolas, y conseguir que sean autónomas y independientes… la felicidad será ya cosa de ellas). Aún así, necesito marcarme nuevos objetivos, siento que cada vez más pequeños. Esas cositas que aparecen en mi cabeza y me dan «vidilla». Aunque sea acabar los calcetines que empecé para Lidi, o reactivar el viaje pendiente en autocaravana, o mejorar mis piezas de cerámica. Y luego están esos grandes proyectos, que son los que sí me desaniman, porque no sé si tengo tiempo. Vivir en London, Tener una casa junto al mar, Trabajar desde casa, Encontrar una pareja («normal»), Estudiar una segunda carrera (Bellas Artes o Arquitectura), Ser familia numerosa… Ahora mismo, desde el abismo que supone haber cumplido los cincuenta, todo esto me parece inviable. Aunque puedo dar pequeños pasos (y lo hago). Por ejemplo, me he matriculado en la UOC en el Grado de Arte (aunque sólo de una asignatura que la estoy haciendo a trompicones :-)). O pienso en sacarme el título de ELE, que me permita dar clases online de español para extranjeros e intentar hacer media jornada para poder teletrabajar, o miro constantemente las plataformas de venta/alquiles de viviendas buscando el milagro de una casa mirando al mar que no sea una utopía. Pero me invade la tristeza cuando siento que la mayoría de esos «grandes proyectos» tienen limitaciones puramente económicas. Porque sí, también necesito tiempo, pero desgraciadamente hoy el tiempo también se compra (si tienes más dinero y no tienes que trabajar, podrías dedicarte a estudiar Arquitectura, por ejemplo). Sea como sea, estos grandes proyectos que se concretan en cosas diminutas, son las que ahora mismo me permiten tirar «palante», con cierto convencimiento de ir disfrutando por el camino, y que, aunque no entregue la PAC a tiempo o incluso suspenda el crédito, estoy disfrutando de los lápices y las tintas dibujando, que aunque nunca vuelva a London, estoy disfrutando imaginando cómo sería vivir en Barbican Estate al menos un par de años, que aunque nunca seamos cuatro, estoy disfrutando pensando en cómo sería la vida con un enano correteando por casa… y así con todo.

Así que disfrutemos el camino.

Los demonios vienen a verme

A veces los demonios vienen a verme. Intento no hacerles mucho caso, pero un run-run interior no me deja pensar con claridad. La cabeza se me llena de sueños incumplidos y siento que cada vez tengo menos tiempo y la vida se ha ido poniendo peor. Pero miro a mi alrededor, y no veo nada mejor. Y así es como ganan la partida.

Sólo veo mierda. Una sociedad de mierda, una ciudad de mierda, un trabajo de mierda, unas relaciones de mierda… una vida de mierda. Los demonios suelen ser unos capullos que no dejan títere con cabeza. No se salva nadie. Ni yo. El ego tirado por tierra. Y te sientes una auténtica mierda.

Entonces tiro de música, o de algun libro, o alguna película. Verdaderamente es lo que nos salva en esos momentos. Y no pensar mucho. Porque se me instalan proyectos en la cabeza y no me siento con fuerza para llevarlos adelante. Sé que septiembre es un buen momento, por eso de comenzar el curso, de hacer una lista. Los To Do para este curso, aunque luego se vayan posponiendo mes a mes. Porque este año intuyo que va a venir lleno de trabajo burocrático. Con un curso que no sé si tengo muchas ganas de hacer, con poco tiempo para otras cosas. Eso intuyo. Y cuando llevo ya varios años dándole la vuelta a las cosas (cambia de instituto, cambia de nivel educativo, cambia de materias…), pero ya no te quedan más vueltas que dar, igual lo que tienes que hacer es tirarlo todo y empezar un nuevo ovillo. Aunque no está la vida fácil para hacerse artesana a estas alturas, siento que es necesario, más que nunca, esa slow life que ansiamos.

Ana

Descubro (no sin sonrojarme) en su muro de facebook (que apenas utiliza) que hace seis años cumplió 50. En las sesiones, siempre me pregunto qué edad tendrá. Quizás porque tiene un cuerpo de adolescente y carita de niña, de esas que siempre sonríen. Le echaba quince menos, sin exagerar. Mi chamana. La que me ayuda a encontrarme cuando me pierdo. La que me envía flores o me recomienda un libro, o una película, o una música.

Aunque hemos coincidido poco, creo que el hecho de tener un (buen) amigo común nos unía especialmente. Antes de recibirme (normalmente) ha tenido una visión. Suele ser con una virgen, me dice. «Una virgen viene a verme». Habla de las mujeres de luz, de lo que despertamos, de lo que aunamos, de la armonía que se forma alrededor nuestra. Suele explicarme anécdotas personales, y siempre, por alguna razón, acaba hablando de su marido. Yo la miro y la admiro. Y me da cierta envidia. Esas parejas que no pueden (y deciden) no tener hijos. Y se complementan así. Con amor. Con proyectos. Hacía poco que se habían mudado a una casa, en el Maresme.

Tenía sesión con ella este miércoles. Pero me escribe para decirme que por un problema familiar grave, tiene que anular todas las visitas, y que ya se pondrá en contacto conmigo cuando pueda. Cuando pueda. A estas edades, piensas en sus padres, o incluso en algo personal. Pero tras intercambiar otro mensaje con ella, me dice que su marido ha fallecido, en un accidente. Y así, de repente, me viene toda la tristeza. Y lo único que siento es que no puedo salvarla del dolor. Pero es que no podemos salvarnos ni de nuestros propios dolores. Ojalá mis lágrimas pudieran evitar algunas de las suyas. Ojalá mi tristeza pudiera conseguir que la suya sea menos intensa.

Si la conociérais. Es tan bonita. A mí me recuerda a Mariluz. Cuando Mariluz era Mariluz. Incluso la forma de moverse, de vestirse, de hablarme… Me recuerda tanto que en una de las sesiones, en que yo iba decidida a hablar de mi trabajo, de mi necesidad de cambiar, acabamos hablando de la locura, y de la posibilidad de dejar que cada uno viva sus propias locuras.

Y yo tengo unas ganas inmensas de darle un abrazo. Pero sé que me va costar. Y que nos va a costar, encontrarnos. Ana, mi chamana.